Este semestre no ha sido mi mejor época en cuanto a relaciones se refiere. Y ojalá estuviera hablando sobre relaciones amorosas, porque de eso nada. Cero. Me refiero a las relaciones de amistad, esas que uno da por sentado y que son tan naturales como respirar.
Supongo que los problemas no aparecen de la nada, si no que son el resultado de la acumulación de miles de cosas que no hemos comentado, pequeñeces que nos molestaron pero que sin embargo no manifestamos en su momento, y así sucesivamente. Los problemas siempre han estado ahí sólo que muchas veces no queremos verlos, preferimos cerrar los ojos porque así todo es más fácil y sencillo. Pero a fin de cuentas es complicarlo todo, porque después de un tiempo lo que era chico se hace grande, indimensionable y complejo.
Cuesta hablar las cosas con claridad, diciéndolas sinceramente y sin rencores. Cuesta enfrentarnos a nuestros defectos reflejados en otros, cuesta decir lo que nos molesta sin herir a nadie y con ánimo constructivo. Cuesta hacer las cosas por primera vez, enfrentarnos a nosotros mismos y a quienes son parte de nustro círculo más íntimo.
Pero hay veces que todo lo anterior se reduce a nada porque salvar una amistad vale eso y mucho más. Porque para clarificar las cosas y fortalecer las relaciones hay que hablar con la verdad, esperando ser entendidos y a la vez entendiendo al otro. Y una vez que logramos el vínculo hay que mantenerlo, cuidarlo, alimentarlo. Porque así se construyen cosas para toda la vida.
Sé que puede sonar cliché, ultra típico o muy obvio, pero llegar a estas conclusiones me ha costado. Ya contaré si las puse en práctica o no.
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